Para entender la sensación de libertad al montar a caballo en esta región, hay que vivirla. Es como volar, un poco, en la cima de las montañas. Al atardecer, los cielos bailan en un despertar de colores, y podemos ver al sol ocultarse entre campos de olivos y lavanda. A lo lejos vemos como poco a poco se apaga la ciudad y la noche brilla alta. Los sonidos cambian, los pájaros se despiden y aparecen otras criaturas con sus tiempos. Las herraduras de los caballos marcan el paso por caminos reales, rezagos de la Colonia, y desaparecen, luego, entre las piedras.
Mauricio, nuestro guía, es amante de los animales, los senderos y las plantas. Con gran sabiduría comparte con nosotros las historias de su tierra. Pasamos por lagunas, ruinas arqueológicas y rincones extraordinarios. Mauricio nos cuenta que el aire de la región es como ningún otro y que el tiempo, aquí, pasa distinto. Nos invita a alejarnos de los afanes de la ciudad y a conectarnos con otros ritmos. También nos presenta a los caballos, nos cuenta que son los seres más nobles, que hay que tratarlos con respeto y que admira su manera de traernos siempre al presente.
Volvemos a casa sin la bruma de la ciudad a cuestas, listos para relajarnos y seguir disfrutando de las bondades de La Lorenza.